4 de marzo de 2008

¿Quien cae primero: el mentiroso o el cojo?

Por KOESTLER

Aún tibio el cadáver de Raúl Reyes, caía sobre sus homicidas un gran chapuzón de agua fría. A cuentas del gran escándalo internacional. Así, lo que hubiera sido un simple homicidio de guerra, sin mayor trascendencia y bajo un aplauso nacional, se trastornó en un santiamén en un gran “afaire” internacional. Un “bandido” —de acuerdo a la terminología oficial— terminó siendo el florero de un conflicto.

En la guerra el hecho de la muerte, en sí mismo, es casi intrascendente porque le es consustancial. Se mata o se muere. Y ello se acepta con todo su inapelable designio. Así que la muerte de Reyes —que por la apariencia del ingreso de los disparos más parece una ejecución que una caída en combate, al igual que la de los demás guerrilleros, aún aturdidos por la fuerza de las conflagraciones— no pasa de ser un acto de guerra. El problema está en las circunstancias. En el grave hecho de haber agredido un territorio internacional, el territorio de un país vecino al que se le decía hermano.

El gobierno está en el derecho de perseguir, capturar y dar de baja a los enemigos. Eso no se le niega. Como también lo tienen quienes se proponen derrocarlo. Es el ejercicio de la guerra. Pero el gobierno no puede violar la legislación internacional, bajo ninguna circunstancia. Ya lo había hecho con el secuestro del llamado dizque “Canciller de las FARC (EP)”. Y al parecer le quedó gustando. Lo grave es que lo que uno hace a otros, los autoriza a que se lo hagan igualmente. Actuar con patente de corzo genera suspicacias y levanta más enemigos de los deseables. Las consecuencias están a la vista.

Por otro lado, Colombia es un factor regional desestabilizador. Por varios motivos. Uno, el conflicto interno, así lo niegue el gobierno. Segundo, el narcotráfico, que no es de ahora, y que en su comienzo y desarrollo ha tenido prohijadores internacionales: en su inicio, los Estados Unidos de Norteamérica con sus famosos cuerpos de paz; el Estado colombiano, con sus políticas permisivas (recuérdese “el apoyo a la clase emergente”); la participación de miembros importantes de las fuerzas armadas en el narcotráfico y en su apoyo; el papel de importantes miembros del gobierno en tal sentido. Tercero, la violencia paramilitar, con apoyo estatal. Cuarto, los intereses norteamericanos en propiciar la guerra, como mecanismo reactivador de su economía, etc. Quinto, la generalización del narcotráfico: guerrilla, paras, narcotraficantes, miembros prominentes de las fuerzas del Estado, y, lo más grave, una sociedad permisiva y proactiva.

Ningún país vecino quiere que el incendio colombiano llegue a su suelo, y presionan porque se llegue a un acuerdo humanitario y a un proceso de paz. No todos piensan como el presidente Uribe. Y no todos están dispuestos a hundir la economía de sus países e hipotecar su futuro en una guerra, que hoy es dura y mañana será espantosa, de una violencia inenarrable. Pero al gobierno colombiano le obsesiona que todos marchen en su misma concepción, que es una copia de la del presidente Bush. Cuyas consecuencias serán similares: un terrorismo sin límites.

Para no alargarnos mucho en el tema, podemos decir que gracias a Álvaro Uribe Vélez —no por mértio de las FARC— se conseguirá lo contrario: en vez de aislar a las FARC (EP) se les construirá un albergue internacional cada vez más activo, y hasta de pronto conseguirán reconocimiento internacional de beligerancia. ¡Manes de nuestra inteligencia criolla!


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