20 de septiembre de 2008

El fenómeno Phelps



Según unos colaboradores, que nos enviaron esta caricatura, el gran nadador Phelps parece un escogido por el destino para ser un gran nadador. Desde los más profundos orígenes de su historia personal ya se perfilaba su camino. Juzguen ustedes.






Las siete virtudes del gobernante (III)



Continuamos con la serie sobre las características deseables en un gobernante —igual son deseables en los gobernados, porque terminan identificándose mandantes y mandatarios—. 

 


I N T E G R I D A D

 

Por Jesús Martínez Álvarez

 


A veces por convicción, a veces por tradición, y en ocasiones por humor, la política ha sido receptáculo de todas las ironías, imputaciones y reclamos.

 

Puede que el desprestigio no sea gratuito. Muchos políticos y gobernantes han contribuido a incrementarlo.

 

La mala fama del ejercicio público llevó a Tolstoi, por ejemplo, a sostener que "el gobierno es una asociación de hombres que ejercen violencia sobre todos los demás". Y Platón les dijo a los atenienses: "Si yo me hubiera dedicado a la política, hubiera perecido hace mucho tiempo y no hubiese hecho ningún bien ni a vosotros ni a mí mismo".

 

Pero el caso es que la política es una actividad necesaria, sin importar el tamaño de la comunidad. En cuanto hay sociedad, surge la necesidad de convocar esfuerzos, proponer rumbos, establecer normas, dirimir desacuerdos, administrar recursos comunes, garantizar la seguridad, realizar obras de beneficio colectivo, defender el territorio. Y atender estas necesidades sociales sólo es posible a través de la política.

 

Hombres y mujeres, en lo particular, no podrían asumir las responsabilidades mencionadas. Por eso surge el gobierno: para defender a cada uno con la fuerza común de todos. Y para hacer gobierno hay que hacer política.

 

¿Son inherentes a la política los vicios que se le imputan?

 

Ninguna actividad lleva en sí misma los adjetivos que se le adjudican. Los adjetivos no corresponden a la actividad sino a la forma en que se realiza.

 

Estoy convencido que la integridad es fundamental. Incluso, la integridad va más allá de la honestidad. Si ésta podría definirse como la capacidad de cumplir lo que se promete a otros, la integridad es la capacidad de cumplir lo que cada quien promete a otros y se promete a sí mismo.

 

La integridad tiene que ver con la congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Pero hay que estar alertas: alguien puede ser congruente sin ser íntegroHitler era congruente, no íntegro. Lo que supone que la congruencia que reclama la integridad está comprometida con los valores más altos de la convivencia humana.

 

En la política, o en el ejercicio de un puesto público, la integridad reclama el escrupuloso uso de la palabra y el impecable y honesto esfuerzo de cumplir lo que se promete.

 

La palabra del gobernante debe construir la confianza que aspira a merecer. La integridad obliga al gobernante a decir lo que se puede y lo que no se puede, lo que se propone hacer y lo que no piensa hacer, de manera que su palabra dé certidumbre. Un gobernante no habla para ganar aplausos ni para justificarse sino para anunciar, aclarar o explicar su desempeño, e incluso, para reconocer desaciertos y dar a conocer rectificaciones. Tal importancia concedía Confucio a esta capacidad, que afirmaba que "gobernar significa rectificar".

 

Pero la congruencia y la honestidad en la palabra es insuficiente para un gobernante: honestidad y congruencia deben prevalecer en los hechos.

 

La integridad no sólo es valor interior, serenidad interna, prenda de satisfacción personal, sino ingrediente imprescindible en la creación de confianza colectiva y por lo tanto en la capacidad de persuasión y liderazgo hacia la consecución de los objetivos que la sociedad reconoce como propios.

 


Sin la integridad, un gobernante carece de  respaldo social, de autoridad moral y de fuerza para convocar a la comunidad a propósitos trascedentes. Por ello los beneficios de la integridad en un gobernante no se reducen a su tranquilidad personal, sino a su capacidad de crear credibilidad y confianza, lo que no es una fortaleza opcional sino una obligación irrenunciable. ¿Puede un gobernante serlo sin confianza, sin credibilidad, sin respaldo social? ¿Puede un gobernante, con su sola persona, generar confianza y respaldo político?

 

Quienes creen que la sociedad no se percata ni tiene por qué percatarse, del desempeño íntegro o deshonesto, (puesto que la integridad es un valor interior personal), olvidan que la sociedad deposita uno de sus mayores activos, la confianza, en el gobernante, y que no sólo tiene el derecho, sino la capacidad de verificar si el desempeño corresponde o no a la confianza otorgada.

 

El gobernante tiene la obligación de crear un entorno de certidumbre y la mejor forma de lograrlo es mediante una conducta íntegra, que responda a sus actividades, que no defraude, que enfrente con responsabilidad y valor las consecuencias de sus actos.

 

La integridad no es la única virtud que debe ejercer el gobernante, pero es el sólido e imprescindible cimiento que sustenta a las demás.

 

jema444@gmail.com

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17 de septiembre de 2008

La muerte de los Calderones...


Por Koestler



Dicen, y es cierto, que la mejor educación es el ejemplo. El ejemplo de la familia, de la comunidad, de las naciones más avanzadas. Lo demás es carreta en educación.

Y como es importante reconocer dónde se halla lo más avanzado, proponemos un método educativo que se usa en uno de los países con mayor desarrollo y mejor nivel de vida: Dinamarca.

Ahora es de esperar que los nacionalistas trasnochados salgan a decir que nosotros estamos mejor, y que en eso no nos gana nadie. Podríamos llamar tan avanzado sistema pedagógico, a guisa de ejemplo, tal vez... !Mate un Calderón!

Los invito a que observen con detenimiento, en primer lugar un hermoso paisaje. Una bella isla en medio del océano, habitada por
 


honorables y honrados ciudadanos daneses, de las islas Feroes.

Vean: el mar y la hermosa iridiscencia del rojo...

... de la sangre de los Calderones, unos pacíficos delfines, amistosos y curiosos...

que mueren en medio de una orgía de sangre en la que participan todos los de la comunidad: hombres, mujeres, niños, ancianos...



Es que la tradición se debe conservar....

... y por ello asisten todos los de la familia...



... para que admiren la valerosa forma como se juegan la vida
los indefensos pescadores....








Al final, se van amontonando en la ensenada los "feroces delfines"...



... mientras los pescadores se preparan para el descanso merecido...



.... y ya, finalizada la labor se alinean y atan los escualos...


cuyos despojos se van lavando sobre el pavimento del puerto.
Sólo resta una pregunta: 
¿No son los europeos los defensores del medio ambiente, de los derechos humanos y el ejemplo a seguir?
¡Juzguen Ustedes!



16 de septiembre de 2008

¡No renuncie Dr. Valencia Cossio!




En una remembranza, Madame Rochy, al desgaire habla de los Rodríguez Orejuela y sus amigos políticos, y de las maneras como se apoyaban o pagaban mutuamente sus favores. 

Del libro "Las prepago", para información de los lectores, extraemos la siguiente cita. La cual, no lo dudamos, ayudará a incrementar la admiración que los ciudadanos sentimos por tan conspicuo patriota, adalid de la reforma de la justicia y ejemplo moral para nuestro pueblo.

"En un viaje recordamos al político Eduardo Mestre, el político santandereano. Rememoramos cómo un día por instrucciones de Alberto Giraldo, le llevé una modelo al doctor Fabio Valencia Cossio. Ese señor fue otro oportunista, pues fue amigo de ellos y ellos lo apreciaban y le devolvían los favores políticos que él les hacía, y me pedían por medio de Alberto Giraldo que les llevara niñas.
 Lo hice y esa niña se la llevé a un apartamento de Residencias Tequendama en el Centro de Comercio Internacional de Bogotá, junto al Hotel Tequendama. Valencia me abrió la puerta, nos hizo seguir, le pedí el dinero que había acordado con Alberto y sin mayores comentarios, el dirigente antioqueño sin invitarme a sentarme sacó en dinero en efectivo, pagó y se quedó con la bellísima muchacha. Esa vez llegué a ese lugar porque Giraldo me recomendó muy especialmente a ese amigo. Y así lo hacía Albertico con un sinfín de de políticos y militares a quienes atendía con niñas."

Serrano Zabala, Alfredo, Las prepago, Revelaciones de Madame Rochy, Ed. La Oveja Negra, Quintero Editores, Bogotá, 2007, pp.39.

Un consejo para el doctor Valencia Cossio: Ahora que está al cargo de la justicia en este gobierno, y tiene tanta influencia, por favor, reglamente la profesión de las meretrices prepago y súbalas de categoría —por ejemplo, Alta Consejería para la Competitividad de la Mafio Política— y así nadie se atreverá a criticarlo. Al contrario, será ensalzado, por los siglos de los siglos, amén. Y fije categorías. Por ejemplo para políticos como usted pueden ser más o menos de este tipo:


¡Al fin y al cabo, así tienen ya a este país!



15 de septiembre de 2008

Las siete virtudes del gobernante (II)



Continuamos con las reflexiones de Jesús Martínez Álvarez sobre las virtudes del gobernante. Indudablemente atañen de igual manera a los gobernados.  Esperamos que estas reflexiones sirvan de motivación a los lectores y sean, de alguna manera, un apoyo para el acaecer diario en Lebrija.


 

R E S P O N S A B I L I D A D

 

Por Jesús Martínez Álvarez

 


Gobernar es una actividad de síntesis. El gobernante debe sintetizar los hechos, los datos, las causas, las posibles consecuencias, los diversos escenarios; y luego tomar de ellos la esencia y decidir.

 

Cuando se acepta el cargo de gobernar, se debe estar consciente de que se asume un gran compromiso  y una gran responsabilidad. Deberá demostrar con hechos que se encuentra capacitado para desempeñar este cargo. Esto implica ser congruente con los ofrecimientos de campaña, cumplir su programa de acción y tener la firme convicción de que sus decisiones o acciones afectan  o benefician a una comunidad o a todo un país.

 

Todo gobernante está sujeto a la crítica de los gobernados, lo que corresponde al mundo de los hechos y de los resultados. Sin discutir la importancia de éstos, es necesario que las decisiones se evalúen también a la luz de las intenciones.

 

Una decisión puede tomarse por diversos motivos: por precipitado, por miedo, por ansia de reconocimiento, por presiones o por intereses personales. Como estas motivaciones tienen su origen en el interior de la persona, pocas veces pueden identificarse con certeza.

 

Pero lo que sí puede evaluarse, y debe exigírsele al gobernante, es que al gobernar, que básicamente consiste en tomar decisiones, lo haga con responsabilidad.

 

La responsabilidad, como valor de honestidad y de conducta, tiene varias acepciones, todas ellas convergentes.

 

Una de estas acepciones es la obligación y la capacidad de prever y evaluar consecuencias, valoración que debe tener como única referencia el bien de todos los ciudadanos. Un Estado legítimo, además de que tiene el compromiso de cumplir con sus misiones básicas, debe garantizar la justicia social, respetar y hacer respetar los derechos de todos y el bienestar general de la ciudadanía.

 

La designación de sus colaboradores, es una

 decisión que marca o caracteriza a una administración. El ciudadano lo percibe de inmediato: responsabilidad al tomar estas decisiones; responsabilidad de asumir las consecuencias.

 

La responsabilidad es también la disposición permanente y consistente para responder por las propias acciones. El gobernante que no asume las consecuencias de sus decisiones falta a su responsabilidad. No hay nada más sencillo que buscar culpables, argumentar pretextos o hacerse a un lado cuando la realidad pone en evidencia lo errado de una decisión. El gobernante que transfiere culpas pierde la confianza de los ciudadanos y de sus colaboradores.

 

El gobernante debe recordar que el cargo que desempeña lo obliga a la mayor responsabilidad, toda vez que sus acciones tendrán efectos reales y duraderos en miles, cientos de miles o en millones de personas.

 

Por lo tanto, su actuación no puede sujetarse a visiones de corto plazo o a intereses individuales, sino que debe responder a la obligación irrenunciable de velar por el bien social.

 

Una característica del ejercicio del poder es su trascendencia. Sin demeritar ningún oficio o profesión, el acto de gobernar se distingue porque trasciende, va más allá del presente y acaso incluya a quienes aún no nacen. 

 

Si todos los gobernantes recordaran esta trascendencia y con ello fortalecieran su sentido de responsabilidad, tendríamos menos decisiones populistas o de corto plazo y se habría sembrado o aumentado en la sociedad la cultura del desarrollo sustentable, es decir, el que no es espectáculo fugaz sino avance consistente.

 



Curiosamente, la ansiedad por apartar un lugar en la historia suele conducir a los gobernantes al olvido o, en otros casos, a la memoria del resentimiento e incluso del odio. El gobernante no debe actuar para la historia sino para el porvenir; paradójicamente, sólo mirando hacia el porvenir se hace historia.

 

Por ello, más que intentar escriturar la historia a su hombre, el gobernante debe poner como pilar de toda su actuación el valor de la responsabilidad. Es posible que este principio lo lleve a tomar decisiones impopulares o dolorosas, pero sin duda tendrá sentido porque nadie elige a un gobernante para que gane un concurso de popularidad, sino para que conduzca el esfuerzo colectivo y lo haga desembocar en una mayor calidad de vida.

 

La responsabilidad, es claro, está vinculada a una  visión de largo plazo, y en ello estriba su mayor valor y su mayor exigencia: un gobernante no debe buscar la vanagloria del aplauso efímero sino la más privilegiada de las satisfacciones y el más alto deber: trascender en bien de los que permanecen.

 

jema444@gmail.com

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