28 de octubre de 2010

¡Ya me tenís chanchito!





Carlos Vidales

De mis tiempos de estudiante en Córdoba (Argentina), conservo con deleite una expresión muy usada para significar que a uno ya lo tienen hasta la coronilla con algún asunto: “¡Ya me tenís chanchito!

Y lo digo entonces a lo cordobés: Ya me tienen chanchito con eso de “se merece” o “no se merece” el Premio Nobel. ¿Es bueno, excelente? Ah, entonces “se merece el Premio Nobel”. ¿Es malo, bobo, mediocre? Ah, entonces “no se merece el Premio Nobel”.

¡Ya me tienen chanchito!

Ya he dicho muchas veces que el Premio Nobel no valdría nada si no fuera por los diez millones de coronas suecas. Un premio de Literatura que se le da a Winston Churchill y se le niega a Jorge Luis Borges no vale un carajo.

No me importa si García Márquez “lo merecía” o si Vargas Llosa “no lo merecía”, ese no es el problema. El Premio Nobel no se merece a García Márquez ni a Vargas Llosa ni a Asturias ni a Octavio Paz ni a Gabriela Mistral, y ni siquiera se merecería a Corín Tellado si a los miembros de la Academia se les hubiera pasado por sus académicas neuronas la idea de otorgárselo.

Que cada uno lo reciba, como los mencionados, o lo rechace, como Jean Paul Sartre, es cosa de cada uno y ojalá le aprovechen los diez millones de coronas suecas, si es que lo recibe. A mí que me lo den, ya verán cómo lo recibo y me chupo los diez millones en vino tinto de Rioja o de Navarra, que son los que me gustan. Hasta soy capaz de estrechar la mano virginal del rey, yo, que soy republicano.

El asunto no es si yo merezco o no merezco tal premio. El asunto es si la Academia Sueca me merece a mí, o no me merece.

¿Por qué están siempre mis amados colegas pensando como Gunga-Din, ese asqueroso cipayo de los colonialistas? ¿Qué diablos tienen los señores académicos suecos, que se sienten autorizados a asumir el papel de jueces supremos de la literatura universal sin saber ni swahili, ni congo, no yoruba, ni español, ni japonés, ni chino, ni árabe, ni guaraní, ni persa, ni indi, ni arameo, ni italiano, sino a lo sumo mucho alemán (eso sí), francés como para decir “bon jour” e inglés como para leer la obra de Yasunari Kawabata en traducción gringa? ¿De cuándo acá nos hemos dejado enajenar el juicio, despojar del criterio, hasta el punto de que estamos dispuestos a delegar en dieciocho académicos nórdicos (diecisiete hombres y una mujer) la potestad intransferible e inalienable de juzgar como lectores, según nuestro leal y sano y simple saber y entender?

¡Ya me tienen chanchito!

En un país cuyos letrados y editoriales desprecian a Rabelais “porque es vulgar” o, peor, en un país donde uno encuentra “académicos” que le preguntan a uno “¿y quién era ese?” cuando uno nombra a Rabelais, no puede existir competencia suficiente ni satisfactoria para otorgar premios de literatura de validez universal.

Y ahí están mis amados colegas, los de derecha, los de izquierda, los sensatos, los rabiosos, los bajitos, los altos, los gordos, los flacos, todos, discutiendo si Vargas Llosa “merecía” o “no merecía” el premio ese del inventor de la dinamita. El premio y su Academia, allá arriba, en las alturas, como Dios, repartiendo la gracia a todos los pobres seres inferiores del rebaño humano… ¡ya me tienen chanchito! Cada día nos quieren hacer más y más parecidos a esas “pequeñas gentecitas” de que hablaba Wilhem Reich, esos pequeños hombrecitos y pequeñas mujercitas que alimentan su falta de integridad, su lastimosa sensación de inferioridad, su despreciable autodesprecio y su lastimosa lástima de sí mismos con su desmedida admiración, sumisión y servidumbre mental ante el Olimpo de los amos, los señores, los que sí saben, los meros meros, los chingones: los Jueces Supremos del Reino de las Letras.

Vengo de leer otra vez “La metamorfosis” de Kafka y he de decir que esa pobre y miserable cucaracha en que amaneció convertido Gregorio Samsa después de una noche intranquila, estuvo más cerca, mucho más cerca, de la gran literatura universal y de su mundo maravilloso, de lo que jamás llegarán a aproximarse esos dieciocho académicos autosuficuentes, autocomplacientes y plenamente seguros de sí mismos, como dieciocho ladrillos felices de ser ladrillos.

Y no me vuelvan a joder con eso de que este sí “se merecía” o este otro “no se merecía” un premio que, en rigor, no se merece a ninguno.

Carlos Vidales

Estocolmo, 2010-10-15


27 de octubre de 2010

El péndulo

Tomado de elespectador.com, opinión,

23 Oct 2010 - 8:00 pm

Alfredo Molano Bravo

Por: Alfredo Molano Bravo
UN SIGLO DESPUÉS DE QUE LA MARIHUANA fuera declarada ilegal en California, el próximo 2 de noviembre la yerba podría ser legalizada en ese Estado, el más rico y liberal de EE.UU., donde la revolución mexicana había despertado antipatías, a comienzos del siglo XX, sobre todo por la posibilidad de la expropiación de tierras de empresarios norteamericanos, uno de los cuales era ni más ni menos que el señor Hearst, magnate de la prensa y creador del amarillismo, que Orson Welles retrató en El ciudadano Kane.

La imagen del mexicano borracho, flojo, tramposo, fue fabricada en sus periódicos y sirvió como caballito de batalla para que a partir de 1937 la marihuana fuera prohibida en EE.UU. En 1962 Washington logró que la Convención Mundial de Drogas de Naciones Unidas la considerara un narcótico ilegal, lo que no impidió que fuera, junto con el opio y la coca, la droga que consumían las fuerzas norteamericanas para luchar en Vietnam. Y por allí nos llegó a nosotros. Ex combatientes norteamericanos asociados a contrabandistas costeños fueron los padres fundadores del narcotráfico en el país. De ser un insumo de guerra, la marihuana pasó a ser el objetivo militar de la guerra contra las drogas decretada en septiembre de 1989 por Bush padre; dos meses después cayó el Muro de Berlín.

Desde entonces, la droga sustituyó el comunismo, el oso ruso, la amenaza soviética. El presidente Barco ratificó el Tratado de Extradición con EE.UU. La respuesta del narcotráfico fue violenta: bombas en supermercados, aviones, cuarteles. Sus ondas explosivas no han cesado. La extradición obliga al narcotráfico a un pacto tácito: bajas de guerrilleros a cambio de embarques coronados. El paramilitarismo se tomó el país entero. La guerrilla se fortaleció con la ilegalidad de la marihuana, la cocaína y la heroína. Los gastos de guerra contra el narcotráfico, la guerrilla y la delincuencia común que el Estado, convertido en una máquina de represión, debió asumir, se dispararon. Todo bien es susceptible de ser convertido en una vitualla, en un objeto de extorsión, en un insumo de guerra. La motosierra, los cilindros bomba, las minas quiebrapatas, los bombardeos indiscriminados, los secuestros, los falsos positivos, las desapariciones forzadas, todo lo que todos sabemos y queremos olvidar debe ser abonado en la cuenta de la ilegalización de la droga.

La guerra contra la droga —inútil y sangrienta— ha hecho crisis en México. Las cifras son pavorosas: entre 2006 y 2010 se contabilizan 28.000 asesinatos. El aumento de la violencia está asociado a la vinculación del Ejército a la lucha. México exporta 20.000 toneladas de marihuana a EE.UU. La sangre amenaza con pasar la frontera y convertirse en un conflicto interno. En Oakland la marihuana ya fue legalizada por razones pragmáticas e ideológicas. En California, que tiene un gigantesco déficit fiscal, el 56% de sus ciudadanos son partidarios de legalizar la marihuana. Si el referendo es aprobado, todo ciudadano podría poseer 28 gramos y cultivar hasta dos metros cuadrados de yerba. Los impuestos que recibiría el Estado podrían ser del orden de 1,2 billones de dólares al año. Si el referendo de noviembre aprueba la legalización, el presidente Obama tendrá un hueso duro de roer, a pesar de que el tema no ha trascendido a las elecciones legislativas que tendrán lugar el mismo día. Se gane o se pierda la votación, lo que no se puede poner en duda es que el péndulo ha comenzado a moverse en contra de la absurda prohibición de la droga y por tanto es una esperanza de que la guerra, por lo menos la nuestra, se debilite.

25 de octubre de 2010


Querido Carlos, te envío una canción sefardí que me encontré por ahí


Esta pequeña joya de la poesía judeo-española, escrita en la forma conocida como “caligrama”, es una hermosa muestra de la inocente frescura de la poesía sefardí. Aunque el poema es muy antiguo, posiblemente anterior al siglo XVI, fue publicado en España en 1888. En el cancionero sefardí, pertenece al grupo de las “cansiones de borachon” (canciones de borracho, o de borrachera), muy comunes en bares y cantinas. He agregado de mi propia cuenta, en mi pobre sefardí, el título. Vale. CV.

Vino el mi kerido de mi korason

El bokalito de vino de
un borachon
kuantos buenos
me sos
tu, bokal mío yeno
amado mas ke mi ermano
a mi tos
amahas
a mi boz
aklaras
no dehas
ni yoros
ni ansias
sos mi amigo
i mi grande abrigo
kuando tu vino es ermozo
i kuando mi korason se aze gostoso
un medjidie vale kada gotika i gotika
una lira vale kada kopika i kopika
todo tiempo ke yo esto i vo a bibir
de ti no me vo nunka despartir
i te vo guardar dientro mi pecho
komo un grande provecho
vino mio el mi kerido
no me tomes el sentido
estate bien kontente
segun yo esto alegre

A. n. Giat (Bengiat) Telégrafo, edision de martes, 5649 (1888/89) Para apreciarlo en toda su belleza es preferible imprimirlo en forma de botella pues así se aprecia toda su "forma".

http://www.avotsefarad.net/poesia.html


Pongo en seguida mi propia versión castellana, pidiendo perdón por posibles errores:


Vino mío, querido de mi corazón

Cantarito de vino de

un borrachón

cuántas bondades

me das

tú, cántaro mío, lleno

más amado que mi hermano

mi tos

alivias

mi voz

aclaras

no dejas

ni llantos

ni ansias

eres mi amigo

y mi grande amigo

cuando tu vino es bueno

y cuando mi corazón está gozoso

una medalla de gloria vala cada gotita

una lira vale cada copita y copita

todo el tiempo que viva y viviré

de ti nunca me separaré

y te voy a guardar dentro de mi pecho

como un grande provecho

vino mío querido

no me turbes el sentido

sé bueno y conténte con mesura

acorde con mi estado de alegría

Versión castellana: Carlos Vidales

(Sujeta a eventuales correcciones)

Se tradujo “medjidie” como “medalla de gloria”, aunque en realidad es la medalla de una importante orden militar y honorífica turca, considerada en la cultura popular de la época como de valor excepcional. “Una lira” parece aludir al instrumento musical, que simboliza la música celestial. Vale. CV. Estocolmo, 2010-10-24.