Tomado de Elespectador.com 21 marzo 2013
Francisco, Evo, Natalia y
la invasión gay
Por Jorge Gómez Pinilla
No se entiende por qué todavía no se ha aislado a
los gays en campos de concentración para que dejen de hacerle daño a la
humanidad.
Aunque usted
no lo crea, hay algo en lo cual se identifican el Papa Francisco, Natalia París
y el presidente de Bolivia, Evo Morales.
Comencemos
por la modelo y empresaria, quien imbuida por un arrebato de erudición
científica alertó al mundo sobre los peligros que representa comer pollo,
basada según ella en que a las aves les inyectan hormonas femeninas y “por eso
los niños que están comiendo pollos de esos se están empezando a volver
homosexuales”.
Sorprende en
el video la autoridad con la que expone su tesis ante un grupo de clientes de
un centro comercial que fueron allá para llevarse una postal autografiada de
Natalia semidesnuda, pero salieron instruidos sobre las dañinas consecuencias
del pollo en la orientación sexual de nuestras muchachas y muchachos.
El
asunto sería baladí si no fuera porque un presidente en apariencia progresista
de un país al sur del continente, exactamente tres años atrás, el 17 de marzo
de 2010, en una conferencia mundial sobre el cambio climático, había coincidido
con la modelo: “el pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por
eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como
hombres".
Ese
mismo mes y año, en marzo de 2010, Jorge Mario Bergoglio en calidad de
arzobispo de Buenos Aires se oponía al matrimonio gay tildándolo de “una movida
del padre de la mentira (o sea del demonio) que pretende confundir y engañar a
los hijos de Dios".
Reconociendo
de antemano que los tres (Evo, Natalia, Francisco) están equivocados de buena
fe, es conveniente desnudar el trasfondo maniqueo que los emparenta en su
visión del homosexualismo como una aberración de la naturaleza, entendida
aberración como todo “acto o conducta que se aparta de lo aceptado como
lícito”.
A
Natalia le preocupa que a los pollos les estén inoculando el virus de una
enfermedad, que hace que quienes los consumen se vuelvan maricas. Se podría
pensar entonces que quizá fue que el día anterior vio la película Invasión, en
la que Nicole Kidman encarna a una psiquiatra que descubre la propagación de un
virus que acaba con las emociones humanas, y quedó tan impresionada que pensó
que algo parecido estaba ocurriendo con la gente que consume pollos, y se
sintió tan identificada con la actriz australiana que se creyó en la obligación
de alertar al planeta sobre los efectos de tan terrible epidemia…
A
sabiendas del riesgo de que se me identifique como un miembro de la comunidad
gay (que no lo soy), es importante y urgente salir en su defensa, sobre todo
cuando uno descubre horrorizado que la religión, la política (¡de izquierda!) y
la farándula hacen causa común en tamaño exabrupto, como es creer que el
homosexualismo se puede contagiar como una enfermedad o, peor aún, que los gays
son un instrumento de Satanás para “confundir y engañar a los hijos de Dios”.
Si
ello fuera cierto, no se entiende por qué todavía no se les ha aislado en
campos de concentración, como hicieron los nazis con los judíos, para que dejen
de hacerle tanto daño a la humanidad y los que sí somos “normales”
podamos librarnos de tan peligroso contacto.
Lo que
no han entendido los homofóbicos –y se niegan a entenderlo porque odian la
diferencia- es que un gay no elige serlo ni es contagiado de ninguna
perversión, sino que nace así, como parte de su constitución biológica, del
mismo modo que un blanco o un albino no eligen el color de su piel. Tengo dos
amigas que son pareja, y se aman con un amor tan tierno y puro que envidiaría
cualquier heterosexual, y dicen que desde que se conocieron (siendo muy niñas)
supieron que iban a ser la una para la otra, y de ellas no sólo estoy seguro de
que también son hijas de Dios, sino de que su amor sólo terminará “cuando la
muerte las separe”.
Llegará
el día en que la Iglesia Católica sea consciente de su error y les pida perdón
a los homosexuales por tan dañina discriminación a lo largo de los siglos, pero
sobre todo porque, habiendo entre sus miembros tantísimos obispos y sacerdotes
pederastas (estos sí pervertidos), no han aplicado el refrán según el cual “el
que tenga rabo de paja, no se arrime a la candela”.
Mientras
tanto, y volviendo a la batahola que armó Natalia París con su erudita visión
del tema, rematemos con esta divertida copla que al calor de la discusión
compuso el periodista y abogado santandereano Gerardo Martínez:
“Comer pollo con hormonas
hace daño y yo celebro
que a las modelos buenonas
incluso las vuelve monas
y les atrofia el cerebro”.
@Jorgomezpinilla